Rebeca (1940)



Rebecca

Film de Alfred Hitchcock

Novela de Daphne du Maurier


Centenario de Daphne Du Maurier

El síndrome de Rebeca

Daphne Du Maurier, cuyo centenario celebramos, es una de las escritoras más leídas del mundo. Sus novelas, recomendables sin ninguna reticencia, se sitúan entre la mejor literatura popular del siglo XX. Gracias a Alfred Hitchcock, tres de sus narraciones (La posada de Jamaica, Rebeca y Los pájaros) son, además, obras de consulta obligada por parte de los cinéfilos.

Guzmán Urrero | 6 de noviembre de 2007

(Esta es una versión expandida de un artículo que publiqué en el diario ABC el 3 de noviembre de 2007.)


Los amores crean espejismos, los espejismos crean fantasmas, y a veces, los fantasmas se rebelan y adquieren vida propia.

Pensemos en Peter Ibbetson languideciendo en su celda. La luz tenue que penetra en su interior no tarda en provocarle un plácido sueño. Un sueño en el que se reencuentra con su amada Mary, la duquesa de Towers.

¿Pesan lo mismo todas las condenas? Para Peter, no. Disparó al celoso duque, y un juez dictó sentencia, pero él aún disfruta de la compañía de Mary. Para esta pareja, el viaje al más allá no solo es posible, sino aconsejable.

El texto original de Peter Ibbetson, escrito por George du Maurier, fue expedido a Hollywood, donde lo filmaron en dos ocasiones y sin sorpresas. Tanto Forever (1921), de George Fitzmaurice, como Sueño de amor eterno (1933), de Henry Hathaway, definen el deseo y sus dilemas según las convenciones de la novela gótica.

Del libro de Du Maurier puede decirse lo mismo. Buen amigo de Henry James, Mr. George revisó sus fuentes románticas y llevó a cabo un atrevido asalto a ese territorio donde no basta con distinguir a los vivos de los difuntos, porque, a veces, ambos invierten sus papeles (Cosas de los ingleses).

Su novela más popular, Trilby (1894), está protagonizada por una modistilla convertida en diva operística por su hipnotizador, Svengali.

La pieza mereció muchas versiones cinematográficas –la primera en 1915–, pero lo que ahora me importa es que sirvió de inspiración a Gaston Leroux, como se advierte en El fantasma de la ópera (1910).


El fotogénico fantasma de Leroux y Svengali atraen las mismas descargas eléctricas. Se trata de dos pigmaliones cuyo magnetismo es equiparable al de los vampiros, que contemplan la realidad amorosa, pero no se subordinan a ella.

En todo caso, antes de abandonar a George du Maurier, me gustaría recordarles que fue el padre de Sylvia Llewelyn Davies, y por consiguiente, abuelo de los chicos para quienes James Barrie ideó la historia de Peter Pan, otro que ni crece ni perece. ¿Un determinismo del ADN victoriano? Yo diría que sí.

Las vaporosas ideas de George alcanzan de lleno a una de sus nietas, Daphne du Maurier (1907-1989), cuya novela Rebeca sondea los mismos temas (la memoria colonizada por fantasmas, el amor fetichista…).

Supongo que ustedes han visto la versión filmada por Hitchcock en 1940, pero no estoy tan seguro de que se acuerden de su segundo espectro.

El director despejó la incógnita al contárselo a Truffaut: “La noche en que creyeron que Rebeca se había ahogado, encontraron el cuerpo de otra mujer a dos kilómetros, en una playa, lo que permitió a Laurence Olivier identificarla y declarar: Es mi mujer. Curiosamente, nadie más la reconoce.”

Como bien saben sus lectores, el resto de la obra de Daphne Du Maurier está cruzada por los mismos misterios.

Lady Daphne recibió esta herencia por vía paterna. Su progenitor, el actor Gerald Du Maurier ya había intervenido en alguna producción de Hitchcock, y su madre, la también actriz Muriel Beaumont, era muy aficionada a la lectura.


Du Maurier recibió una educación esmerada en su tierra y en París. Pero su carrera no la condujo al mundo académico. Gracias a su tío, Willie Beaumont, dio a conocer sus primeros relatos en la revista The Bystander.

Casada desde 1932 con un respetable militar, Sir Frederick Arthur Montague, Daphne halló a su lado la estabilidad necesaria para concentrarse en sus labores literarias. A su novela La posada de Jamaica (1937) le siguieron títulos inolvidables como Rebeca (1938), La cala del francés (1941), Monte Bravo (1943), El general del Rey (1946), Los parásitos (1949), Mi prima Raquel (1951), Perdido en el tiempo (1969).

Su relato Los pájaros (1962) mereció nuevamente la atención de Shakespeare, y de paso demostró el talento de Daphne du Maurier en el terreno del cuento. Antologías como Bésame otra vez, forastero (1953) y Los lentes azules (1970) acreditan lo bien merecido de esta fama.

En todo caso, Du Maurier impresiona por la fuerza torrencial de su narración, y asimismo por su seguridad a la hora de urdir tramas que se ganan el interés del lector. Tramas en los que no escasean nunca los elementos misteriosos o fantásticos.

No discutiré la tesis de que la difunta Rebeca aún preside Manderley desde el interior de ese óleo que Maxim de Winter colgó en el salón.

Es más, uno intuye que en ciertos cuadros habitan espíritus. Ya saben a lo que me refiero: retratos encantados, de ésos que cambian de expresión en las historias de Hoffmann y Potocki.

No puede extrañar que incluso un novelista menor como Robert Nathan sacase partido del mismo tópico. Lean el cuento Saint Agnes of Intercession (1849), de Dante Gabriel Rossetti, y la mejor novela de Nathan, Portrait of Jennie (1940), y luego juzguen ustedes mismos.

La cosa, como digo, se repite. Sobre todo en Hollywood. Y no me refiero tan solo a la bella adaptación de libro de Nathan, (Jennie, 1948).


En apariencia, este filón romántico –“se busca espectro con fines serios”– es inagotable, y de hecho, ha dado lugar a largometrajes tan distinguidos como Sylvie et le fantôme (1946), de Autant-Lara, y El fantasma y la señora Muir (1947), de Mankiewicz.

Pero si lo de ponérselo difícil a un ectoplasma puede parecer recurrente, lo cierto es que también encaja con la comedia sofisticada. Noel Coward adaptó el asunto a su estilo, y el resultado fue Un espíritu burlón. Como saben, David Lean llevó esta obra al cine en 1945 (Lo que siento de veras es que no podamos demostrar si Coward plagió Un marido de ida y vuelta, de nuestro Jardiel.)

Comenté antes que el cliché sobrenatural es un hábito adquirido. De forma inevitable, y para citar sólo el ejemplo más espectacular, a Laura (1944), de Otto Preminger, se le concede el título de thriller gótico. Todo en esta película es digno de consideración.

El columnista Waldo Lydecker habla de la difunta Laura Hunt como si tratara de explicarse a sí mismo por enésima vez. “Empezaba a escribir la historia de Laura –nos dice–, cuando uno de esos inconfundibles policías vino a verme”. El policía es Mark McPherson, quien cae bajo el hechizo de un retrato de Laura. “Jacobi estaba enamorado cuando la pintó –le dice Waldo–, pero no supo captar su vibración, su calor. ¿Ha estado enamorado alguna vez?”. La pregunta está sincronizada con esa pasión disparatada –¿necrófila?– que empieza a bullir en la cabeza de McPherson.

Rastreamos una anécdota similar en Vértigo (1958), donde otro investigador, Scottie Ferguson, habla con el bedel de un museo: “Oiga, ¿quién es la dama del cuadro que está mirando aquella señorita”.

Como bien sabe Scottie, un detective es aquel que entresaca de lo cotidiano aquello que otros olvidan. Por ejemplo, la similitud entre la retratada y Madeleine, su rubia espectadora.

El amor por Madeleine le enseña a Scottie cosas que no busca. Ése y no otro es el motivo por el cual, una vez muerta su amada, él se empeña en tratar a otra joven –dice llamarse Judy– como si fuera su reencarnación. Así lo explica Hitchcock: “Se trata de recrear a una mujer a partir de la imagen de otra muerta”.

Este es, ya lo comprendo, un turbio desahogo. Pero gracias a tipos como Scottie, Maxim de Winter o Peter Ibbetson, el amor le muestra a uno su lado delirante. Y ése ha de ser su mérito, porque todo amor imposible es también eterno.


En Cine y Letras


Du Maurier Daphne, Rebeca



Rebecca de Alfred Hitchcock


AÑO: 1940

DURACIÓN: 130 min.

PAÍS: Estados Unidos

DIRECTOR: Alfred Hitchcock

GUIÓN: Robert E. Sherwood & Joan Harrison (Novela: Daphne du Maurier)

MÚSICA: Franz Waxman

FOTOGRAFÍA: George Barnes (B&W)

REPARTO: Laurence Olivier, Joan Fontaine, George Sanders, Judith Anderson, Nigel Bruce, Reginald Denny, C. Aubrey Smith, Gladys Cooper

PRODUCTORA: David O. Selznick Production / United Artists

1940: 2 Oscar: mejor película, fotografía

SINOPSIS: Al poco tiempo de perder a su esposa Rebeca, el aristócrata inglés Maxim De Winter conoce en Montecarlo a una joven humilde, dama de compañía de una señora americana. Poco después, De Winter y la joven se casan, y ambos van a la mansión inglesa de Manderley, residencia habitual de De Winter. Pronto la señora Winter se da cuenta de que no puede borrar en su marido el recuerdo de su difunta esposa. (Filmaffinity)

Critica: Filmaffinity


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