El conformista (1970)



El conformista

Film Bernardo Bertolucci

Novela Alberto Moravia



“Durante su niñez, Marcello sintióse fascinado por los objetos como una garza. Tal vez porque en su casa, y más por indiferencia que por austeridad, sus padres no pensaron jamás en satisfacer su instinto de propiedad; o quizá porque la avidez ocultaba en él otros instintos más profundos y aún oscuros; sentíase asaltado continuamente por unas ansias furiosas hacia los objetos más diversos. Un lápiz con goma de borrar en una punta, un libro ilustrado, una honda, una regla, un tintero portátil de ebonita, cualquier fruslería exaltaba su ánimo, primero con un deseo intenso e irracional de la cosa ambicionada, y luego, una vez que tal cosa había entrado en su posesión, con una estupefacta, hechizada e insaciable complacencia. Marcello tenía en su casa toda una estancia para él, en la que dormía y estudiaba. En ella, todos los objetos esparcidos sobre la mesa o enterrados en los cajones tenían para él carácter de cosas aún sagradas o que apenas habían perdido aún su carácter sagrado, según su adquisición fuese reciente o antigua. En suma, no eran objetos semejantes a los otros que se encontraban en casa, sino más bien retazos de una experiencia por hacer o ya realizada, cargada por completo de pasión y oscuridad. A su modo, Marcello se daba cuenta de este carácter singular de la propiedad, y, al mismo tiempo que le proporcionaba un goce inefable, sufría por ello como por un pecado que se renovaba continuamente y no le dejaba ni siquiera el tiempo de sentir remordimiento.

Pero, entre todos los objetos, los que lo atraían de una manera especial, tal vez porque le estaban prohibidos, eran las armas. Pero no ya las armas fingidas con que jugaban los niños, los fusiles de madera o metal, las pistolas con detonadores o los puñales de madera, sino las armas de verdad, en las cuales la idea de la amenaza, del peligro y de la muerte, no está confiada a una mera semejanza de formas, sino que constituye la razón primera y última de su existencia. Con la pistola de los niños se jugaba a la muerte sin posibilidad alguna de provocarla en realidad, mientras que con las pistolas de los mayores, la muerte no sólo era posible, sino inminente, como una tentación frenada sólo por la prudencia. Marceno había tenido a veces entre sus manos estas armas de verdad: un fusil de caza en el campo y la vieja pistola de su padre, que éste, un día, le mostrara en un cajón, y una y otra vez había sentido un escalofrío de comunicación, como si su mano hubiese encontrado, al fin, una prolongación natural en la culata del arma.

Marcello tenía muchos amigos entre los niños del barrio, y no tardó en darse cuenta de que su afición a las armas tenía unos orígenes más profundos y oscuros que sus inocentes inclinaciones militares. Jugaban a los soldados fingiendo crueldad y ferocidad, pero en realidad persiguiendo el juego por amor al juego e imitando aquellas crueles actitudes, sin participar realmente en las mismas. En cambio, en él ocurría lo contrario: la crueldad y la ferocidad buscaban una válvula de escape en el juego de los soldados, y, a falta de éste, en otros pasatiempos que implicaban el gusto por la destrucción y la muerte. En aquel tiempo, Marcello era cruel de una manera natural, sin remordimiento ni vergüenza, porque sólo la crueldad le proporcionaba unos placeres que no le parecían insípidos, y esta crueldad era aún lo bastante pueril como para no despertar sospechas en sí mismo ni en los demás. Por ejemplo, bajaba al jardín a una hora cálida de aquellos inicios del verano. Era un jardín pequeño, pero exuberante, en el que, con gran desorden, crecían numerosos árboles y plantas abandonados durante años a su talante natural. Marcello bajaba al jardín armado de un junco seco, delgado y flexible, que había arrancado, en la buhardilla, de un viejo sacudidor de alfombras; y durante unas momentos daba vueltas entre las sombras caprichosas de los árboles y los ardientes rayos del sol, por senderos de grava, observando las plantas. Notaba que sus ojos centelleaban, que todo el cuerpo se le abría a una sensación de bienestar, que parecía confundirse con la vitalidad general del jardín exuberante y lleno de luz, y se sentía feliz. Pero con una felicidad agresiva y cruel, casi deseosa de parangonarse con la desgracia de los demás. Cuando veía en medio de un arriate una bonita mata repleta de margaritas blancas y amarillas, o bien un tulipán de corola roja erguida sobre el verde tallo, o una planta silvestre de flores altas, blancas y carnosas, Marcello hacía vibrar enérgicamente el junco, que silbaba en el aire como una espada. El junco cortaba en seco flores y hojas, que caían limpiamente a tierra junto a la planta, dejando rígidos los decapitados tallos. Al actuar así experimentaba un incremento de vitalidad y casi la deliciosa complacencia que inspira la descarga de una energía largo tiempo reprimida; pero, al mismo tiempo, sentía una confusa sensación de poder y justicia. Como si aquellas plantas hubiesen sido culpables y él hubiera tenido en sus manos el poder para castigarlas. Mas no le era del todo desconocido el carácter prohibido y culpable de este pasatiempo. De vez en cuando, y a pesar suyo, dirigía furtivas miradas a la villa, temeroso de que su madre, desde la ventana del salón o la cocinera desde la cocina, pudieran observarlo. Y se daba cuenta de que temía no tanto el reproche cuanto el simple testimonio de hechos que él mismo consideraba anormales y misteriosamente manchados de culpabilidad.” (Fragmento)


Alberto Moravia, El conformista

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Il conformista / Bernardo Bertolucci


Año 1970

Duración 108 min

País Italia

Director Bernardo Bertolucci

Guión Bernardo Bertolucci (Novela: Alberto Moravia)

Música Georges Delerue

Fotografía Vittorio Storaro

Reparto Jean-Louis Trintignant, Stefania Sandrelli, Dominique Sanda, Pierre Clémenti, Gastone Moschin, Enzo Tarascio, Fosco Giachetti, Jose Quaglio

Productora Coproducción Italia-Francia; Mars Films Produzione / Marianne Productions.

Sinopsis: Cuando tenía 13 años Marcello Clerici le disparó a Lino, un homosexual adulto que intentó seducirlo. Años más tarde, Clerici es un respetado ciudadano, profesor de filosofía y va a casarse con Giulia. Pero Clerici se ha vuelto fascista, tiene contactos con el servicio secreto, y está dispuesto a combinar su luna de miel en París con un atentado a un exiliado político italiano que había sido profesor suyo. (Filmaffinity)


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