Lo que el viento se llevó (1939)



Lo que el viento se llevó
Film de Victor Fleming
Novela de Margaret Mitchell

"Enero y febrero de 1864 pasaron entre impetuosos vientos y frías lluvias. El desaliento invadía los ánimos y el ambiente moral no era menos sombrío que el aspecto del cielo anubarrado. A las derrotas de Gettysburg y Vicksburg se añadió el derrumbamiento del centro de las líneas sudistas. Después de duras luchas, casi todo Tennessee fue ocupado por las tropas de la Unión. Pero ni aun estas pérdidas, unidas a las anteriores, lograron quebrantar el espíritu del Sur. Una torva resolución de enfrentarse cara a cara con la realidad había sucedido a las entusiastas esperanzas anteriores. Además, entre las nubes amenazadoras surgía también un argentado destello de luz, a los ojos de la gente. Y era la recién energía con que los yanquis habían sido rechazados en septiembre cuando trataron, tras sus victorias en Tennessee, de avanzar hacia Georgia.
En Chickamauga, extremo noroeste del Estado, se habían desarrollado serios combates, los primeros que tenían lugar en suelo geormano desde el principio de la guerra. Los yanquis tomaron Chattanooga y marcharon hacia Georgia a través de los desfiladeros, pero fueron rechazados con graves pérdidas.
Atlanta y sus ferrocarriles contribuyeron en gran parte a convertir la acción de Chickamauga en una gran victoria para el Sur. Utilizando las vías que conducen de Virginia a Atlanta hacia el norte de Tennessee, el cuerpo mandado por el general Longstreet había sido trasladado a toda prisa al teatro de operaciones. A lo largo de varios centenares de kilómetros se dejaron libres las líneas férreas y fue acumulado todo el material rodante para organizar el movimiento de tropas.
Hora tras hora, Atlanta vio pasar por la vía que cruzaba sus calles convoyes y convoyes de carruajes de pasajeros, de vagones de mercancías abiertos o cerrados, cargados todos de hombres vociferantes. Llegaban sin comer ni dormir, sin caballos, ambulancias ni intendencia, y, sin descansar un instante, descendían de los trenes para precipitarse en la batalla. Y los yanquis, arrojados de Georgia, hubieron de replegarse a Tennessee.
Aquél era el mayor éxito de la guerra y Atlanta se sintió orgullosa y satisfecha del papel que sus ferrocarriles habían jugado en la victoria.
Bien necesitaba el Sur el triunfo de Chickamauga para sostener su moral durante el invierno. Ahora nadie negaba ya que los yanquis eran buenos soldados y que, además, tenían buenos generales. Grant podría ser un carnicero que no se preocupaba de cuántos hombres iba a costarle cada victoria, pero lo cierto es que conseguía esas victorias. El nombre de Sheridan ponía espanto en los corazones del Sur. Y existía, además, un tal Sherman, al que cada vez se mencionaba más a menudo. Se había acreditado en las campañas de Tennessee y del Oeste, y su reputación de combatiente resuelto e implacable crecía de día en día.
Desde luego, ninguno de ellos podía compararse con el general Lee. La fe en el general y en el ejército era muy fuerte aún. La confianza en la victoria final no disminuía. Pero la guerra amenazaba prolongarse mucho. Ya había muchos muertos, muchos heridos y mutilados, muchos huérfanos y muchas viudas. Y, no obstante, faltaba por realizar un esfuerzo aún mayor y más duro, que significaría más muertos, más heridos, más huérfanos y más viudas.
Lo que empeoraba las cosas era la vaga desconfianza que la población civil comenzaba a experimentar respecto a los que ocupaban altos cargos. Muchos periódicos hablaban abiertamente contra el presidente Davis y su modo de llevar la guerra. En el Gobierno confederado había disensiones, surgían desacuerdos entre el presidente y sus generales. La moneda se desvalorizaba de un modo alarmante. Escaseaban vestuarios y calzado para el Ejército, y los repuestos militares y medicamentos escaseaban todavía más. Los ferrocarriles necesitaban nuevos vagones para sustituir los viejos, y nuevos raíles para reemplazar los levantados por los yanquis. Los generales en campaña solicitaban apremiantemente tropas de refresco y cada vez eran menores las reservas que cabía enviarles. Lo más lamentable era que algunos gobernadores, entre ellos Brown, que lo era de Georgia, rehusaban enviar armas y tropas de la milicia del Estado fuera de los límites de éste. En aquellas fuerzas estatales había miles de hombres de excelentes condiciones físicas que urgían en el Ejército, pero el Gobierno central no lograba que fuesen enviados al frente.
La nueva depreciación de la moneda hizo subir más los precios. La carne de cerdo o de vaca y la manteca costaban treinta y cinco dólares la libra, la harina mil cuatrocientos dólares el barril, la sosa cien dólares la libra. Las ropas de abrigo, cuando cabía procurárselas, alcanzaban precios tan prohibitivos que las señoras de Atlanta se veían forzadas a forrar sus vestidos viejos con trapos y retales, almohadillándolos con papeles para protegerse contra el frío. Los zapatos costaban de doscientos a ochocientos dólares el par, según fuesen de cartón o de cuero auténtico. Las damas usaban polainas hechas de chales antiguos o de alfombras cortadas. Las suelas que se utilizaban eran de madera.
En realidad, el Norte mantenía al Sur en un verdadero estado de sitio, aunque muchos no hubiesen reparado aún en ello. Los barcos de guerra yanquis cerraban el acceso a los puertos y muy pocas naves sudistas lograban burlar el bloqueo.
El Sur había vivido siempre de vender algodón y comprar todo lo que no producía; pero ahora no podía vender ni comprar nada. Gerald O'Hara almacenaba en sus depósitos de Tara la cosecha de algodón de tres años, pero de nada le servía. En Liverpool hubieran pagado por ella ciento cincuenta mil dólares, pero no había posibilidad de mandarlo a Liverpool. Gerald, antes hombre adinerado, se había convertido en un hombre que se preguntaba de qué modo iba a dar de comer a su familia y a sus negros durante el invierno.
La mayoría de los plantadores de algodón de todo el Sur se encontraban en la misma situación. Con el bloqueo estrechándose cada vez más, no había modo de convertir el algodón sureño en el dinero que por él pagaban los mercados ingleses, ni era posible pagar con el importe del algodón los suministros que se importaban años atrás. Y el Sur agrícola, en lucha con el Norte industrial, necesita ahora muchas cosas que no había creído precisas en los años de paz.
La situación era ideal para especuladores y ventajistas, y no faltaban gentes que procurasen Henrycerse a costa de tal estado de cosas. Cuanto más escaseaban víveres y ropas y más fabulosamente subían los precios, más energía y virulencia adquiría el clamor público contra los especuladores. En aquellos días iniciales de 1864 no se podía abrir un periódico sin que saltase a la vista un artículo de fondo acusando a los especuladores de ser buitres y sanguijuelas que succionaban la sangre del país y estimulando al Gobierno a reprimirlos con mano dura. El Gobierno hacía lo posible, pero ello no servía de nada porque había demasiados problemas que requerían la atención de los dirigentes del Sur.
Contra ninguno de aquellos pescadores en aguas turbias era más amargo el resentimiento que contra Rhett Butler. Rhett, al hacerse más difícil burlar el bloqueo, había vendido sus barcos y ahora se dedicaba abiertamente a especular en géneros alimenticios. Los comentarios que corrían sobre él abarcaban Atlanta, Richmond y Wilmington y hacían enrojecer de vergüenza a los que antes le habían abierto las puertas de sus casas.
Pese a tantas pruebas y tribulaciones, los diez mil habitantes de Atlanta se habían duplicado durante la guerra. Incluso el bloqueo sirvió para añadir prestigio a la ciudad. Desde tiempo inmemorial, las ciudades costeras habían dominado al Sur comercialmente y en los demás conceptos. Pero ahora, cerrados los puertos y tomadas o sitiadas muchas de las ciudades del litoral, la salvación del Sur dependía de sus propios recursos. Sólo los productos del interior tenían importancia, si el Sur quería ganar la guerra, y por lo tanto Atlanta era ahora un centro insustituible. La población de la ciudad sufría angustias, privaciones, enfermedades y muertes tan duramente como el resto de la Confederación, pero Atlanta, como ciudad, había ganado más que perdido en el curso de la guerra. Atlanta, corazón del Sur, latía fuerte y plenamente, y sus ferrocarriles eran las arterias por las que circulaban una incesante corriente de hombres, provisiones y pertrechos."
Margaret Mitchell Lo que el viento se llevó


Gone With the Wind de Victor Fleming


AÑO
1939
DURACIÓN
222 min.
PAÍS
Estados Unidos
DIRECTOR
Victor Fleming
GUIÓN
Sidney Howard (Novela: Margaret Mitchell)
MÚSICA
Max Steiner
FOTOGRAFÍA
Ernest Haller & Ray Rennahan
REPARTO
Vivien Leigh, Clark Gable, Olivia de Havilland, Leslie Howard, Hattie McDaniel, Thomas Mitchell, Barbara O'Neil, Butterfly McQueen, Ona Munson, Ann Rutherford, Evelyn Keyes
PRODUCTORA
David O. Selznick Production / MGM
GÉNERO Y CRÍTICA
1939: 9 Oscar: película, director, actriz (Vivien Leigh), actriz secundaria (Hattie McDaniel), guión, fotografía, decoración, montaje, logros técnicos. 13 nominaciones / Drama romántico. Aventuras. Guerra de Secesión / SINOPSIS: Georgia, 1861. En la elegante mansión sureña de Tara vive Scarlett O'Hara, la más bella, caprichosa y egoísta joven de la región. Ella suspira por el amor de Ashley, pero él está enamorado y prometido con su prima, la dulce y buena Melanie. Corren todavía tiempos felices en Tara, pero por poco tiempo, la Guerra de Secesión está a punto de estallar. En la última fiesta acontecida antes del comienzo de las hostilidades entre el norte y el sur, Scarlett conoce al simpático y apuesto Rhett Butler, un arrogante y aventurero vividor, que sólo piensa en si mismo y que no tiene ninguna intención de participar en el conflicto. Lo que él desea es hacerse rico y conquistar el corazón de la hermosa Scarlett... (Filmaffinity)

Casi 4 horas de cine de leyenda. El enorme y multi-generacional éxito de esta excelsa obra tiene una simple explicación: pocas películas están mejor contadas y, sobre todo, cautivan con una historia tan arrebatadoramente repleta de amor, odio, amistad, aventuras, guerra, familia... una fábrica de provocar sentimientos, lágrimas y sonrisas. Un clásico irrepetible. (Pablo Kurt: Filmaffinity)



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