La defensa Luzhin (2001)



La defensa Luzhin 
Film Marleen Gorris
Novela Vladimir Nabokov

Vladimir Nabokov, La defensa de Luzhin (Prólogo) 

El título ruso de esta novela es Zashchita Luzhina, que significa «la defensa de Luzhin» y se refiere a una jugada de ajedrez supuestamente inventada por su protagonista, el gran maestro Luzhin. Este nombre rima en inglés con illusion (ilusión), si se pronuncia la «u» lo suficientemente abierta. Comencé a escribirla en la primavera de 1929 en Le Boulou, un pequeño balneario de los Pirineos Orientales en donde me hallaba cazando mariposas, y la terminé en Berlín ese mismo año. Recuerdo con especial nitidez una gran roca inclinada entre colinas cubiertas por encinas y acebos, donde tuve la primera inspiración del libro. Podría añadir alguna curiosa información adicional en el caso de que me lo tomara más en serio.
 Zashchita Luzhina, bajo el seudónimo de «V. Sirin», apareció en la revista trimestral Sovremennye Zapiski, editada en París por emigrados rusos, e inmediatamente después, en 1930, fue publicada por la editorial berlinesa Slovo, asimismo dirigida por emigrados rusos. Aquella edición en rústica, de 234 páginas, 21 por 14 centímetros de tamaño y sobrecubierta negra mate con letras doradas, es hoy día una rareza y puede llegar a serlo todavía más.
 El pobre Luzhin ha tenido que esperar treinta y cinco años hasta ser editado en lengua inglesa. Si bien es cierto que a finales de la década de los treinta hubo algunas esperanzas cuando un editor estadounidense mostró interés por la obra, resultó pertenecer a esa clase de editores que desean convertirse en la musa masculina del autor, y nuestra breve relación terminó abruptamente cuando me sugirió que sustituyera el ajedrez por la música y convirtiera a Luzhin en un violinista demente.
 Al releer hoy día esta novela, y al volver a jugar los movimientos de su acción, me siento un poco como Anderssen y rememoro con afecto su sacrificio de ambas torres en favor del desdichado y noble Kieseritzky, quien se ve obligado a aceptarlo una y otra vez en las páginas de una infinidad de manuales, con un signo de interrogación como monumento. Era una historia difícil de componer, por lo que resultó un placer poder aprovechar algunas imágenes y escenas para dar un sesgo funesto a la vida de Luzhin, así como describir un jardín, un viaje o una secuencia de hechos desagradables como si se tratara de un brillante juego de ajedrez y, especialmente en los capítulos finales, hacer uso de un ataque en toda regla para narrar el hundimiento mental de mi pobre personaje. A este propósito, me gustaría ahorrar tiempo y esfuerzo a los críticos poco imaginativos —y, en general, a las personas que mueven los labios mientras leen y de quienes no puede esperarse que se enfrenten a una novela sin diálogos cuando su argumento puede saberse gracias al prólogo- haciéndoles observar la temprana introducción del tema de la ventana cubierta de escarcha (relacionada con el suicidio de Luzhin, o, mejor dicho, el jaque mate que se hace a sí mismo) en el capítulo once, o lo tremendamente patético que resulta el modo en que mi abatido maestro recuerda sus viajes profesionales, pues no trae a su memoria las diferentes etiquetas deslucidas por el sol de su equipaje ni las placas para linterna mágica, sino las losetas de los diferentes cuartos de baño y de los retretes de pasillo: aquel suelo a cuadros blancos y azules donde él, sentado en su trono, encontró y estudió las prolongaciones imaginarias de la partida interrumpida, o cierto pavimento fastidiosamente asimétrico, de nombre comercial «ágata», donde la jugada de un caballo sobre tres colores arlequinados interrumpía aquí y allá el tono neutro del ajedrezado linóleo entre el «Pensador» de Rodin y la puerta, o los grandes rectángulos de color negro satinado y amarillo cuyas hileras formando haches eran dolorosamente cortadas por la línea vertical ocre de la tubería del agua caliente, o aquel palaciego retrete en cuyas encantadoras baldosas de mármol, reconoció, intactos, los nebulosos contornos de cierta combinación que había ideado una noche, el mentón sobre el puño, muchos años atrás. Pero los golpes de efecto de ajedrez que he colocado no se limitan a escenas aisladas: en realidad se suceden a lo largo de la estructura básica de esta atractiva novela. Así, por ejemplo, hacia el final del capítulo cuatro me permito hacer un movimiento inesperado en una esquina del tablero, dieciséis años desaparecen en el transcurso de un párrafo, y Luzhin, súbitamente promovido a una fecunda hombría y trasladado a un balneario alemán, aparece ante una mesa en un jardín y señala con su bastón una ventana del hotel que acaba de recordar (no el último cuadrado de vidrio en su vida) a la persona con quien conversa (una mujer, a juzgar por el bolso que hay sobre la mesa de metal), a la que no conoceremos hasta el capítulo sexto. El tema retrospectivo comenzado en el capítulo cuatro se disuelve entonces en la imagen del difunto padre de Luzhin, cuyo pasado se expone en el capítulo cinco mientras recuerda los inicios de la carrera como ajedrecista de su hijo, que idealiza en su mente hasta transformarla en un cuento sentimental destinado a los jóvenes. En el capítulo sexto volvemos al balneario y encontramos a Luzhin jugando aún con el bolso de mano y dirigiéndose a su borrosa interlocutora, que se va perfilando, le quita el bolso, menciona la muerte del padre de Luzhin y acaba convirtiéndose en una parte definida de la escena. Toda la secuencia de movimientos en estos tres capítulos fundamentales nos recuerda —o debería recordarnos— ciertos problemas de ajedrez cuya solución no consiste en hacer jaque mate en determinado número de jugadas, sino en el denominado «análisis retrospectivo», en el cual se requiere que el jugador demuestre mediante un estudio desde el principio de la posición esquemática que las negras no podían haber enrocado en su última jugada o que debían haber tomado al paso un peón blanco.
 Es innecesario extenderse, en esta breve introducción, sobre los aspectos más complejos de mis ajedrecistas y sus combinaciones. Pero debo decir que de todos mis libros rusos, es La defensa el que posee y difunde el mayor «calor», lo que podría parecer extraño si se tiene en cuenta cuan tremendamente abstracto se supone que es el ajedrez. De hecho, Luzhin ha sido considerado encantador por muchas personas que no entienden nada de ajedrez y por otras a las que no han gustado mis restantes libros. Es grosero y desaseado, y carece de gracia, pero, como mi gentil protagonista (una joven encantadora por derecho propio) descubre muy pronto, hay en él algo que trasciende tanto la vulgaridad de su carne grisácea como la esterilidad de su recóndito genio.
 En los prefacios que he escrito últimamente para las ediciones en lengua inglesa de mis novelas rusas he seguido la regla de dirigir unas cuantas palabras de aliento a los representantes de Viena, y estas palabras preliminares no constituyen la excepción. Tanto analistas como analizados disfrutarán, o al menos eso espero, con ciertos detalles del tratamiento al que Luzhin es sometido después de su crisis nerviosa (como la insinuación terapéutica de que un jugador de ajedrez ve a su madre en su propia reina y a su padre en el rey contrario), y el freudiano de ideas fijas que confunde una serie de Pixlok con la clave de una novela sin duda seguirá identificando a mis personajes de acuerdo con la noción de que se trata de mis padres, las mujeres que he amado y las personas que he conocido. Para satisfacción de tales sabuesos debo confesar que he cedido a Luzhin mi institutriz francesa, mi ajedrez de bolsillo, mi carácter dulce y el hueso de un melocotón que tomé de mi propio huerto.
Montreux, 15 de diciembre de 1963

Luzhin Defence / Marleen Gorris




Año 2001
Duración 112 min.
País: Reino Unido
Director: Marleen Gorris
Guión: Peter Berry (Novela: Vladimir Nabokov)
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Bernard Lutic
Reparto: John Turturro, Emily Watson, Stuart Wilson, Geraldine James, Christopher Thompson, Peter Blythe, Fabio Sartor
Productora: Coproducción GB-Francia; FR2 Cinéma /Renaissance Films / Clear Blue Sky Productions
Género: Drama. Romance | Drama romántico. Ajedrez. Años 20
Sinopsis: Ambientada a finales de los años 20, narra la historia de un tímido, ingenuo y apocado Gran Maestro de ajedrez (John Turturro) que viaja al norte de Italia para jugar la partida de su vida. El talento del joven Luzhin se había desarrollado durante una infancia marcada por el tempestuoso matrimonio de sus padres, lo que llevó al muchacho a convertir una lírica obsesión por el ajedrez en su único refugio del mundo exterior. Por su parte, Natalia, a pesar de sufrir presiones familiares para que se relacione con el potentado Conde de Stassard, se siente atraída inmediatamente por el errático pero portentoso talento de Luzhin tras su primer encuentro. Ella logrará abrir los ojos de aquel hombre hacia un mundo, el exterior, diferente del que se encierra en una tabla de ajedrez. Pero Luzhin carece de defensas contra las agresiones del mundo real... (Filmaffinity)


Crítica: Filmaffinity

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Scrooged (1988)





Scrooged 
Film  Richard Donner
Novela  Charles Dickens
Canción de Navidad de Charles Dickens (Fragmento)
Una vez, en uno de los mejores días del año, la víspera de Navidad, el viejo Scrooge se hallaba trabajando en su despacho. Hacía un tiempo frío, crudísimo y nebuloso, y podía oír a la gente que pasaba jadeando arriba y abajo, golpeándose el pecho con las manos y pateando sobre las piedras del pavimento para entrar en calor. Los relojes públicos acababan de dar las tres: pero la obscuridad era casi completa -había sido obscuro todo el día-, y por las ventanas de las casas vecinas se veían brillar las luces como manchas rubias en el aire moreno de la tarde. La bruma se filtraba a través de todas las hendeduras y de los ojos de las cerraduras, y era tan densa por fuera que, aunque la calleja era de las más estrechas, las casas de enfrente se veían como meros fantasmas. A1 ver cómo descendía la nube sombría, obscureciéndolo todo, se habría pensado que la Naturaleza habitaba cerca y que estaba haciendo destilaciones en gran escala. 
Scrooge tenía abierta la puerta del despacho para poder vigilar a su dependiente, que en una celda lóbrega y apartada, una especie de cisterna, estaba copiando cartas. Scrooge tenía poquísima lumbre, pero la del dependiente era mucho más escasa: parecía una sola ascua; mas no podía aumentarla, porque Scrooge guardaba la caja del carbón en su cuarto, y si el dependiente hubiera aparecido trayendo carbón en la pala, sin duda que su amo habría considerado necesario despedirle. Así, el dependiente se embozó en la blanca bufanda y trató de calentarse en la llama de la bujía: pero, como no era hombre de gran imaginación: fracasó en el intento. 
-¡Felices Pascuas, tío! ¡Dios os guarde! -gritó una voz alegre. 
Era la voz del sobrino de Scrooge, que cayó sobre él con tal precipitación. que fue el primer aviso que tuvo de su aproximación. 
-¡Bah! --dijo Scrooge-. ¡Patrañasl 
Este sobrino de Scrooge se hallaba tan arrebatado a causa de la carrera a través de la bruma y de la helada, que estaba todo encendido: tenía la cara como una cereza, sus ojos chispeaban y humeaba su aliento. 
-Pero. tío: ¿una patraña la Navidad? -dijo el sobrino de Scrooge-. Seguramente no habéis querido decir eso. 
-Sí -contestó Scrooge-~. ¡Felices Pascuas! ¿Qué derecho tienes tú para estar alegre? ¿Qué razón tienes tú para estar alegre? Eres bastante pobre. 
-¡Vamos! -replicó el sobrino alegremente-. ¿Y qué derecho tenéis vos para estar triste? ¿Qué razón tenéis para estar cabizbajo? Sois bastante rico. 
No disponiendo Scrooge de mejor respuesta en aquel momento, dijo de nuevo: "¡Bah!" Y a continuación: "¡Patrañas!" 
-No estéis enfadado, tío -dijo el sobrino. -¿Cómo no voy a estarlo -replicó el tíoviviendo en un mundo de locos como éste? ¡Felices Pascuas! ¿Buenas Pascuas te dé Dios! ¿Qué es la Pascua de Navidad sino la época en que hay que pagar cuentas no teniendo dinero; en que te ves un año más viejo y ni una hora más rico: la época en que, hecho el balance de los libros, ves que los artículos mencionados en ellos no te han dejado la menor ganancia después de una docena de meses desaparecidos? Si estuviera en mi mano -dijo Scrooge con indignación-, a todos los idiotas que van con el ¡Felices Pascuas! en los labios los cocería en su propia substancia y los enterraría con una vara de acebo atravesándoles el corazón. !Eso es! 
-¡Tío! --suplicó el sobrino. 
-¡Sobrino! -repuso el tío secamente-. Celebra la Navidad a tu modo y déjame a mí celebrarla al mío. 
-¡Celebrar la Navidad! -repitió el sobrino de Scrooge-. Pero vos no la celebráis. 
-Déjame que no la celebre -dijo Scrooge- ¡Mucho bien puede hacerte a ti! ¡Mucho bien te ha hecho siempre! 
-Hay muchas cosas que podían haberme hecho muy bien y que no he aprovechado, me atrevo a decir -replicó el sobrino-. entre ellas la Navidad. Mas estoy seguro de que siempre, al llegar esta época, he pensado en la Navidad, aparte la veneración debida a su nombre sagrado y a su origen, como en una agradable época de cariño, de perdón y de caridad; el único día, en el largo almanaque del año, en que hombres y mujeres parecen estar de acuerdo para abrir sus corazones libremente y para considerar a sus inferiores como verdaderos compañeros de viaje en el camino de la tumba y no otra raza de criaturas con destino diferente. 
Así, pues, tío, aunque tal fiesta nunca ha puesto una moneda de oro o de plata en mi bolsillo, creo que me ha hecho bien y que me hará bien, y digo: ¡Bendita sea! 
El dependiente, en su mazmorra, aplaudió involuntariamente: pero, notando en el acto que había cometido una inconveniencia, quiso remover el fuego y apagó el último débil residuo para siempre. 
-Que oiga yo otra de esas manifestaciones -dijo Scrooge- y os haré celebrar la Navidad echándoos a la calle. Eres de verdad un elocuente orador -añadió, volviéndose hacía su sobrino-. Me admira que no estés en el Parlamento. 
-No os enfadéis, tío. ¡Vamos, venid a comer con nosotros mañana! 
Scrooge dijo que le agradaría verle... Sí, lo dijo. Pero completó la idea, y dijo que antes le agradaría verle... en el infierno. 
-Pero, ¿por qué? -gritó el sobrino--. ¿Por qué? 
-¿Por qué te casaste? -dijo Scrooge. -Porque me enamoré. 
-¡Porque te enamoraste! -gruñó Scrooge, como si aquello fuese la sola cosa del mundo más ridícula que una alegre Navidad-. ¡Buenas tardes! 
-Pero, tío, si nunca fuisteis a verme antes, ¿por qué hacer de esto una razón para no ir ahora? 
-Buenas tardes -dijo Scrooge. 
-No necesito nada vuestro: no os pido nada; ¿por qué no podemos ser amigos? 
-Buenas tardes --dijo Scrooge. 
-Lamento de todo corazón encontraros tan resuelto. Nunca ha habido el más pequeño disgusto entre nosotros. Pero he insistido en la celebración de la Navidad y llevaré mi buen humor de Navidad hasta lo último. Así, ¡Felices Pascuas. tío! 
-Buenas tardes --dijo Scrooge. -¡Y feliz Año Nuevo! -Buenas tardes -dijo Scrooge. 
Su. sobrino salió de la habitación, no obstante,. sin pronunciar una palabra de disgusto. Detúvose en la puerta exterior para desearle felices Pascuas al dependiente, que, aunque 
tenía frío, era más ardiente que Scrooge, pues le correspondió cordialmente. 
-Este es otro que tal -murmuró Scrooge, que le oyó-; un dependiente con quince chelines a la semana, con mujer y con hijos. hablando de la alegre Navidad. Es para llevarle a una casa de locos. 
Aquel maniático. al despedir al sobrino de Scrooge, introdujo a otros dos visitantes. Eran dos caballeros corpulentos, simpáticos. y estaban en pie, descubiertos, en el despacho de Scrooge. 
Tenían en la mano libros y papeles y se inclinaron ante él. 
-Scrooge y Marley. supongo -dijo uno de los caballeros, consultando una lista-: ¿Tengo el honor de hablar al señor Scrooge o al señor Marley? 
-El señor Marley murió hace siete años -respondió Scrooge-. Esta misma noche hace siete años que murió. 
-No dudamos que su liberalidad estará representada en su socio superviviente --dijo el caballero, presentando sus cartas credenciales. 
Era verdad. pues ambos habían sido tal para cual. A1 oír la horrible palabra "liberalidad", Scrooge frunció el ceño, meneó la cabeza y devolvió al visitante las cartas credenciales. 
-En esta alegre época del año, señor Scrooge dijo el caballero. tomando una pluma-, es más necesario que nunca que hagamos algo en favor de tos pobres y de los desamparados, que en estos días sufren de modo atroz. Muchos miles de ellos carecen de lo indispensable; cientos de miles necesitan alivio, señor. 
-¿No hay cárceles? -preguntó Scrooge. -Muchísimas cárceles -dijo el caballero, dejando la pluma. 
-¿Y casa de corrección? -interrogó Scrooge. ¿Funcionan todavía? 
-Puncionan, sí, todavía -contestó el caballero--. Quisiera poder decir que no funcionan. 
-¿El Treadmill y la Ley de Pobreza están, pues. en todo su vigor?-- dijo Scrooge. 
--Ambos funcionan continuamente, señor. -¡Oh', tenía miedo. por lo que decíais al principio. de que hubiera ocurrido algo que interrumpiese sus útiles servicios -dijo Scrooge-. Me alegra mucho saberlo. 
-Persuadido de que tales instituciones apenas pueden proporcionar cristiana alegría a la mente o bienestar al cuerpo de la multitud ---continuó el caballero-, algunos de nosotros nos hemos propuesto reunir fondos para comprar a los pobres algunos alimentos y bebidas y un poco de calefacción. Hemos escogido esta época porque es, sobre todas. aquella en que la Necesidad se siente con más intensidad y la Abundancia se regocija. ¿Con cuánto queréis contribuir? 
-¡Con nada! -replicó Scrooge. 
. -¿Queréis guardar el anónimo? 
-Quiero que me dejéis en paz --dijo Scrooge-. Puesto que me preguntáis lo que quiero, señores. ésa es mi respuesta. Yo no celebro la Navidad. y no puedo contribuir a que se diviertan los vagos; ayudo a sostener los establecimientos de que os he hablado... y que cuestan bastante; y quienes estén mal en ellos, que se vayan a otra parte. 
-Muchos no pueden, y otros muchos preferirán morir. 
-Si prefieren morir -dijo Scrooge-, es lo mejor que pueden hacer y así disminuirá el exceso de población. Además, y ustedes perdonen, no entiendo de eso. 
-Pues.. debierais entender -hizo observar el caballero. 
-No es de mi incumbencia -replicó Scrooge-. Un hombre tiene bastante con preocuparse de sus asuntos y no debe mezclarse en los ajenos. Los míos me absorben por completo. ¡Buenas tardes, señores! 
Comprendiendo claramente que sería inútil insistir, los dos caballeros se marcharon. Scrooge reanudó su tarea con mayor estimación de sí mismo y más animado de lo que tenía por costumbre. 
Entretanto, la bruma y la obscuridad hiciéronse tan densas, que las gentes marchaban alumbrándose con antorchas, ofreciéndose a marchar delante de los caballos de los coches para mostrarles el camino. La antigua torre de una iglesia, cuya vieja y estridente campana parecía estar siempre atisbando a Scrooge por una ventana gótica del muro, se hizo invisible, y daba las horas envuelta en las nubes. resonando después con trémulas vibraciones, como si le castañeteasen los dientes a aquella elevadísima cabeza. El frío se hizo intenso. En la calle Mayor. en la esquina de la calleja, algunos obreros hallábanse reparando los mecheros de gas y habían encendido una gran hoguera, a la cual rodeaba un grupo de mendigos y chicuelos, calentándose las manos y guiñando los ojos con delicia ante las llamas. Taponados los sumideros, el agua sobrante se congelaba con rapidez y se convertía en hielo. El resplandor de las tiendas, donde las ramas de acebo cargadas de frutas brillaban con la luz de las ventanas, ponía tonos dorados en las caras de los transeúntes. Las pollerías y los comercios de comestibles estaban deslumbrantes: era un glorioso espectáculo, ante et cual era casi increíble que los prosaicos principios de ajuste y venta tuvieran algo que hacer. El alcalde de la ciudad, en la fortaleza de la poderosa Mansion-House, daba órdenes a sus cincuenta cocineros y reposteros para celebrar la Navidad de una manera digna de la casa de un alcalde, y hasta el sastrecillo, que había sido multado con cinco chelines el lunes anterior por estar borracho y sentirse escandaloso en las calles, . preparaba en su guardilla la confección del pudding del día siguiente, mientras su flaca esposa iba con el nene a comprar la carne indispensable. 
Más niebla aún y más frío. Frío agudo, penetrante, mordiente. Sí el buen San Dunstan hubiera sólo rasguñado la nariz del espíritu maligno con un tiempo como aquél, en vez de usar sus armas habituales, en verdad que el diablo habría rugido. 
El propietario de una naricilla juvenil, roída y mordisqueada por el hambriento frío, como los huesos roídos por los perros, se detuvo ante la puerta de Scrooge para 
obsequiarle por el ojo de la cerradura con una canción de Navidad; pero no había hecho más que empezar: 
"Bendigaos Dios, alegre caballero; que nada pueda nunca disgustaros..." 
cuando Scrooge cogió la regla con tal decisión, que el cantor corrió lleno de miedo. abandonando el ojo de la cerradura a la bruma y a la penetrante helada. 
Por fin llegó la hora de cerrar el despacho. De mala gana se alzó Scrooge de su asiento y tácitamente aprobó la actitud del dependiente en su cuchitril, quien inmediatamente apagó su luz y se puso el sombrero. 
-Supongo que necesitaréis todo el día de mañana -dijo Scrooge. 
-Si no hay inconveniente, señor. 
-Pues sí hay inconveniente -dijo Scrooge- y no es justo. Si por ello os descontara media corona, pensaríais que os perjudicaba. ¿Pero estoy obligado a pagarla? 
El dependiente sonrió lánguidamente. 
-Sin embargo -dijo Scrooge-. no pensáis que me perjudico pagando el sueldo de un día por no trabajar. 
El dependiente hizo notar que eso ocurría una sola vez al año. 
-¡Una pobre excusa para morder en el bolsillo de uno todos los días veinticinco de diciembre! -dijo Scrooge. abrochándose el gabán hasta la barba-. Pero supongo que es que necesitáis todo el día. Venid lo más temprano posible pasado mañana. 
El dependiente prometió hacerlo. y Scrooge salió gruñendo. Cerróse el despacho en un instante, y el dependiente, con los largos extremos de su. bufanda blanca colgando hasta más abajo de la cintura (pues no presumía de abrigo). bajó veinte veces un resbaladero en Cornhill, al final de una calleja llena de muchachos. para celebrar la Nochebuena. y luego salió corriendo hacia su casa de Camden-Town, para jugar a la gallina ciega. 
Scrooge cenó melancólicamente en su melancólica taberna habitual; y después de leer todos los periódicos, se entretuvo et resto de la noche con los libros comerciales. y se fue a acostar. Ocupaba las habitaciones que habían pertenecido anteriormente a su difunto socio. Eran una serie de cuartos lóbregos en un sombrío edificio al final de una calleja, y en el cual había tan poco movimiento, que no se podía menos de imaginar que había llegado allí corriendo, cuando era una casa de pocos años, mientras jugaba al escondite con las otras casas, y había olvidado el camino para salir. Era ésta entonces bastante vieja y bastante lúgubre; sólo Scrooge vivía en ella, pues los otros cuartos estaban alquilados para oficinas. La calleja era tan obscura. que el .mismo Scrooge, que la conocía piedra por piedra, veíase obligado a cruzarla a tientas. La niebla y la helada se agolpaban de tal modo ante la negra entrada de la casa, que parecía como si el Genio del Invierno se hallase en triste meditación sentado en el umbral. 
Hay que advertir que no había absolutamente nada de particular en el llamador de la puerta, salvo que era de gran tamaño: hay que hacer notar también que Scrooge lo había visto, de día y de noche, durante toda su residencia en aquel lugar, y también que Scrooge poseía tan poca cantidad de lo que se llama fantasía como otro cualquier hombre de la ciudad de Londres, aun incluyendo -la frase es algo atrevida- las Corporaciones, los miembros del Concejo municipal y los de los Gremios. Téngase también en cuenta que Scrooge no había dedicado un solo pensamiento a Marley desde que aquella tarde hizo mención de los siete años transcurridas desde su muerte. Y ahora, que me explique alguien, si puede, cómo sucedió que Scrooge, al meter la llave en la cerradura, vio en el llamador -sin mediar ninguna mágica influencia-. no un llamador, sino la cara de Marley. 
La cara de Marley. No era una sombra impenetrable, como los demás objetos de la calleja, pues la rodeaba un medroso fulgor. semejante al que presentaría una langosta en mal estado puesta en un sótano obscuro. No aparecía colérico ni feroz, sino que miraba a Scrooge como Marley acostumbraba: con espectrales anteojos levantados hacía la frente espectral. Agitábanse curiosamente sus cabellos, como ante un soplo de aire ardoroso, y sus ojos, aunque hallábanse abiertos por completo, estaban absolutamente inmóviles. Todo eso, y su palidez, le hacían horrible: pero este horror parecía ajeno a la cara, fuera de su dominio, más bien que una parte de su propia expresión. 
Cuando Scrooge se puso a considerar atentamente aquel fenómeno, ya el llamador era otra vez un llamador. 

Scrooged / Richard Donner



Duración: 101 min. 
País: EUA
Director: Richard Donner
Guión: Mitch Glazer & Michael O'Donoghue
Música: Danny Elfman
Fotografía: Michael Chapman
Reparto: Bill Murray, Robert Mitchum, Karen Allen, John Forsythe, John Glover, Michael J. Pollard, Alfre Woodard, John Murray, Robert Goulet, Lee Majors, Buddy Hackett, John Houseman, Sachi Parker
Productora: Paramount Pictures
Premios: 1988: Nominada al Oscar: Mejor maquillaje
Género: Comedia. Fantástico | Navidad. Fantasmas
Sinopsis:  La desbordante alegría de las fiestas de Nochebuena va a hacer que Frank Cross sufra unas visiones fantasmagóricas en esta divertida sátira de “Un Cuento de Navidad” de Charles Dickens. Cross, que ha hecho una carrera meteórica desde lo más recóndito del departamento de envíos de una cadena de TV hasta la presidencia, es tacaño, desagradable, ingrato, implacable y con un cruel sentido del humor, cualidades idóneas para un miserable de hoy en día. Antes de que la noche termine, será visitado por un desconcertante taxista neoyorquino del pasado, un hada del presente un tanto estrafalaria y, finalmente, un sádico, enorme y descabezado mensajero del futuro.