El perfume (2006)




El perfume
Film / Tom Tykwer
Novela / Patrick Süskind


Cine e Historia
Develando los olores que esconde El perfume
A propósito de la adaptación de la novela de Süskind:
Por Javier Rojahelis


La recién estrenada película "El perfume" reanima la revisión del best-seller de Patrick Süskind y del insólito mundo de olores que despierta el ambiente social en el que desarrolla la historia.
Una aproximación a los hedores y a la función de los perfumes en una época en la que el olfato, ciertamente, no era el más mimado de los sentidos.


El comienzo de "El perfume", la novela best-seller que el escritor alemán Patrick Süskind publicó en 1985, sitúa al lector en la ciudad de París del siglo XVIII describiéndola como el reverso absoluto de la fragancia: "Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a excrementos de ratas... las cocinas, a col podrida y grasa de carnero... los mataderos, a sangre coagulada... apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias"... Y así sigue, no sin antes haber advertido que se trata de un "hedor apenas concebible para el hombre moderno".


La larga descripción que hace Süskind de esa pestilencia recuerda el "Tableau de Paris" que escribió Mercier en 1782 sobre la misma ciudad: "un aire envenenado con miles de vapores pútridos, entre carnicerías, cementerios, hospitales, riachuelos de orina y montones de excrementos... abismo, cuyo aire pesado y fétido es tan espeso que se puede percibir, y cuya atmósfera se siente desde más de tres leguas a la redonda".


Más allá del contraste que conlleva contar la historia de un perfumista en un ambiente como éste, lo que interesa es saber cómo se desarrolló un oficio de este tipo en una época en la que "incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja" (según el relato de Süskind) y donde "el hábito familiariza a los parisienses con las neblinas húmedas, los vapores maléficos y el lodo infecto" (para terminar citando a Mercier).


El olor del pasado


Se sabe que la historia del perfume tiene una larga data. Hace algún tiempo se encontraron en Chipre frascos de 4 mil años de antigüedad, con esencias y jugos mezclados, que habrían sido parte de una especie de fábrica de perfumes. Asimismo, cuando se abrió la tumba de Tutankamón, se descubrieron cientos de recipientes que aún conservaban fragancias que habían logrado resistir el paso de 3 mil años. Personajes como Cleopatra, la reina de Saba y el mismísimo Nerón eran aficionados a las fragancias. Tanta es la longevidad de la práctica de elaborar perfumes que ya en el siglo V experimentó su primera revolución técnica cuando Avicena reemplazó el método tradicional -que consistía en mezclar los elementos aromáticos machacados (como plantas, flores y resinas) con aceite- por el uso de la destilación en alambique. Luego, vino otro hito. A los aceites destilados se les colocó en alcohol y así nació en el siglo XIV el primer perfume moderno. Esto ocurrió en la corte de Isabel de Hungría y el producto se conoció simplemente como "Agua de Hungría". Por su parte, los perfumistas, desde que el rey Felipe II les diera un estatuto profesional en 1190, ya se habían ganado un preponderante lugar en las necesidades de la nobleza. Por eso no resulta raro leer que Catalina de Medicis tenía un perfumista personal cuyo laboratorio estaba unido con su propio cuarto por un pasadizo secreto.


Repele enfermedad


No obstante, y a pesar de este desarrollo y afición por los perfumes entre la nobleza, el hedor seguía azotando a París y a otras ciudades, alcanzando incluso a la élite social de mediados del siglo XVIII (época en la que transcurre "El perfume"). Por un lado se sabe que en ese momento la sobrepoblación de las ciudades se confabula con la falta de medidas de higiene, tanto públicas como privadas, para generar un panorama nauseabundo como el que Süskind describe. Pero también está presente el tema del modo como era considerado el olor por la gente en ese tiempo. Si bien había una relativa tolerancia al mal olor igualmente existía cierta asociación entre la fetidez y la enfermedad que sirvió de estímulo para el uso de perfumes. Sin embargo, esta asociación no es tampoco tan clara. Al revisar el libro "El perfume o el miasma" (1982), en el que Alain Corbain analiza el tema del olfato y la conciencia de los olores que hay en la sociedad europea entre los siglos 18 y 19, se encuentran algunas pistas para entender el problema.


El mal olor ciertamente es un concepto que tiene distintos matices. Por ejemplo, cuando Corbain recoge crónicas y autores que hablan de la labor de protección que se les atribuía a los perfumes para enfrentar las enfermedades escribe: "Adonarse con un escudo olfativo, oler fuerte, olisquear aromas de su predilección, constituirá durante largo tiempo el mejor de los preservativos contra el veneno morbífico". Y justamente es en este "oler fuerte" donde surge una vez más el límite difuso entre el oler mal y el perfumarse. Si bien en tiempos de peste se recomendaba el uso de fragancias como menta, salvia, azahar.. también se mencionan los atributos antisépticos que se les daba a perfumes fuertes de origen animal como el almizcle y la legalia (ambas sustancias extraídas de glándulas animales cercanas a los órganos reproductivos y zonas anales). Además, sobre estos últimos también pesaba la certeza de que despertaban el apetito y la atracción sexual. Corbain ilustra un poco lo fuerte que podían a llegar a ser estos perfumes de origen animal. Menciona que Luis XIV trató de desterrar su uso en la corte y también se menciona el caso de Casanova que casi se desamaya ante una duquesa "que olía a almizcle a una distancia de veinte pasos."


Armas de seducción y protección contra las enfermedades, esos eran los principios que motivaron la práctica social de llevar constantemente sustancias aromáticas en colgajos y en pequeñas cajitas. Si se trataba de perfumes que emanaran olores demasiado fuertes, como el almizcle, era sólo un detalle. A este relativismo sobre el mal olor, también cabe sumar una confianza en los humos de la combustión (que para la época no eran vistos como contaminantes) como un efectivo remedio para las epidemias. En Londres se había combatido la peste con hogueras que inundaron barrios con humo, lo mismo en Francia. Corbain muestra cómo esta realidad se aleja de nuestra actual condena al smog , con este texto: "El fuego de la industria instalada en medio de la ciudad podría, al decir de algunos, corregir las emanaciones de la multitud hedionda, los vapores de las inmundicias y la infección genealógica del suelo".


Guerra al baño


Otro tema, que ayuda a entender la percepción olfativa de la época, es el baño. En pleno siglo XVIII Teófilo de Bordeau decía que "el uso desconsiderado de los baños ablanda el organismo y conduce a la indolencia". Cosa que concluía después de haber conocido a individuos fornidos y "odoríferos" que habían sido destruidos por la higiene y la desodorización. A esto se suma una joyita de Moheau, contemporáneo del anterior, quien afirmaba que el baño "no es útil al hombre de trabajo sino sólo cuando no lo ejecuta; el resto del tiempo el movimiento del sudor basta para limpiar los poros". Con ideas como ésta no extraña que el pueblo, y también la nobleza, apestara de modo tal que ni siquiera los perfumes lograban borrar el hedor.


Pese a lo anterior, las élites sociales comenzaron a entrar cada vez más en el tema de la higiene al mismo tiempo que la industria del perfume empezaba a producir fragancias más suaves que en lugar de ocultar el olor del cuerpo buscaban complementarse con él. Por ejemplo, el perfumista Déjean escribe en 1764 abogando por el uso de perfumes vegetales: "Hay que hacer alguna cosa para gustarnos a nosotros mismos; esto nos vuelve alegres en las asambleas y por ende que gustemos a los demás... perfumarnos no con olores fuertes y violentos, sino con aromas suaves que no se pueden distinguir ni definir". Esto comienza a marcar la decadencia de la algalia y el almizcle... el perfumismo se refina y la corte francesa comienza a convertirse en el paraíso de los mezcladores de esencias, sobre todo después que, en la corte de Luis XV, la etiqueta estableciera el uso de un perfume diferente cada día. El agua de colonia, las aguas de rosas, la violeta, el tomillo, el romero y la lavanda alcanzan gran éxito.


El negocio de oler bien


Después, con la Revolución, el negocio del perfume decae. Rechazado como un hábito de la decadente monarquía de Luis XVI, el perfumismo se llena de símbolos políticos. Por ejemplo, aparece el perfume "Guillotine" en clara alusión al instrumento del terror jacobino. Y, como contraparte, los perfumes más refinados, que eran llamados de "petimetre", denotaban el carácter reaccionario de quien lo usaba. Como consecuencia de esto, regresarán por un tiempo los perfumes fuertes de origen animal, incluso hasta la época de Napoleón (Josefina tenía debilidad por el almizcle). La restauración de la monarquía devolverá más tarde las aguas a su curso y finalmente la perfumería francesa empezará a producir en el siglo XIX en grandes cantidades (aparecen los disolventes volátiles y la síntesis orgánica que ayudan a la producción masiva) con polos industriales como Montpellier y Grasse. Y nacen así las grandes casas de perfumeros, entre los que se cuenta el más antiguo que perdura hasta hoy: Guerlain. Luego vendrán con el tiempo marcas como Chanel, Rochasy otras famosas y emblemáticas que sostienen esta actividad, una de las más rentables del mundo y de la que Francia representa la mitad de sus transacciones. Un saludable presente basado en el buen olor que, por cierto, no se adivinaba para nada en la pestilente época de "El perfume".


Las omisiones de la versión cinematográfica


Si describir la esencia de un perfume ya resulta ser una tarea trabajosa, sin duda lo es todavía más relatar una historia que transcurre, casi exclusivamente, dentro de las narices de un personaje. Este era ni más ni menos el desafío al que se tenía que enfrentar cualquier director que quisiera llevar a la pantalla grande la novela "El perfume", de Patrick Süskind.


Süskind, siempre estuvo rehacio ante la idea de que esta novela fuera llevada a la pantalla grande. Salvo, eso sí, si la labor quedaba en manos del director Stanley Kubrick, pero éste desistió de la aventura. De hecho, Bernd Eichinger, el productor de la actual adaptación que se estrenó esta semana en los cines chilenos, tuvo que esperar cerca de 16 años para que finalmente el autor decidiera autorizar la venta de los derechos de llevar la obra al cine.


Eichinger eligió al director de "Corre Lola, corre", Tom Tykwer, para dirigir la adaptación y para coescribir el guión, en el que también participó Andrew Birkin, también responsable del guión de "El nombre de la rosa". En el proceso de adaptación Süskind no figuró para nada y, según lo que contó el propio Eichinger, el escritor se enojó cuando lo llamaron para pedirle asesoramiento y su postura la resumía en la siguiente frase: "Yo ya hice mi trabajo, ahora hagan ustedes el vuestro".


Alejamientos de la novela


Sobre decisiones y omisiones en relación con el material original, cabe reparar en algunas de ellas. Por ejemplo, el primer asesinato que comete Grenouille es mostrado en la cinta como un simple accidente, en circunstancias que el libro lo narra como un consciente estrangulamiento.


Otra diferencia es cómo la cinta retrata a Baldini, el mentor en el arte de la perfumería de Grenouille. Interpretado por Dustin Hoffman, el personaje aparece como un maestro bonachón, en lugar del egoísta y aprovechador veterano que dibuja Süskind. Baldini ve en el talentoso Grenouille sólo un instrumento para recuperar su negocio y la única razón para quererlo sano es alcanzar su ambición de convertirse en el más famoso perfumista de París. Por ello le informa sólo lo justo y lo necesario del oficio y cuando se empeña en enseñarle a usar las técnicas de laboratorio lo hace sólo con el fin de entender y poder copiar las recetas de Grenouille cuando crea perfumes para así no depender de él en el futuro.


Un pasaje que es completamente borrado de la cinta es cuando un harapiento y demacrado Grenouille, después de haber vivido como eremita durante 7 años en la grieta de una montaña, se encuentra con un marqués que tiene la extraña teoría de que los fluidos terrestres eran nocivos y que por ello las plantas crecían alejándose de sus raíces. El marqués ve confirmada su teoría atribuyendo el lamentable aspecto de Grenouille a su prolongada estadía en un hendidura en la tierra. Esta idea, que parece descabellada incluso literariamente, efectivamente sí fue sostenida en los siglos XVII y XVIII tal como lo recuerda Corbin en "El perfume o el miasma". Robert Boyle la defendía a partir del efecto nocivo que veía reflejado en los trabajadores que bajaban a las minas. Por su parte, Chamseru, en 1786, hablaba de los peligros que corrían los campesinos al agachar demasiado su rostro cuando removían la tierra. Y Baumes dice en 1789 que debe impedirse a los trabajadores agrícolas que duerman "con la nariz pegada a los terrones".


En este mismo capítulo, omitido en la cinta, Grenouille -que carecía de olor propio- aprende a disimular su falta de olor con distintos perfumes que elabora para producir diversas impresiones y reacciones en quienes lo rodean, como si se tratara de las ropas que uno se coloca según la ocasión.


Fuente: El Mercurio




Das Parfum - Die Geschichte eines Mörders de Tom Tykwer



AÑO 2006
DURACIÓN 147 min.
PAÍS [Alemania]
DIRECTOR Tom Tykwer
GUIÓN Andrew Birkin, Bernd Eichinger, Tom Tykwer (Novela: Patrick Süskind)
MÚSICA Reinhold Heil, Johnny Klimek, Tom Tykwer
FOTOGRAFÍA Frank Griebe
REPARTO Dustin Hoffman, Ben Whishaw, Alan Rickman, Rachel Hurd-Wood, Sara Forestier
PRODUCTORA Coproducción Alemania-Francia-España


SINOPSIS
Adaptación del famoso best-seller de Patrick Süskind, que relata la historia de un joven del siglo XVIII con un extraordinario sentido del olfato, una persona obsesionada y dominada por los olores y la sensación que éstos le producen... Jean Baptiste Grenouille nació en mitad del hedor de los restos de pescado de un mercado, y fue abandonado por su madre en la basura. La autoridad se hizo cargo del bebé, que fue de hospicio en hospicio y sentenció a su madre a la horca. El chico creció en un ambiente hostil; nadie le quería, e incluso sus compañeros intentaron asesinarle, y todo porque había algo que lo hacía diferente: no tenía olor. A cambio, Jean Baptiste poseía un olfato excepcional. A los 20 años, después de trabajar en una curtiduría, consigue trabajar para el perfumero Bandini, que le enseña a destilar esencias. Pero él quería atrapar otros olores: el olor del cristal, del cobre... y, sobre todo, el olor de ciertas mujeres. (Filmaffinity)
CRITICA: Filmaffinity